martes, julio 25, 2006

La cita de la semana

«India es la cuna de la raza humana, el lugar de nacimiento del discurso humano, la madre de la historia, la abuela de la leyenda y la bisabuela de la tradición. Los materiales más valiosos e instructivos de la historia del hombre se atesoran sólo en India.»

Mark Twain

lunes, julio 17, 2006

Reflexiones sobre la India...


Creo que, de alguna manera, todos los viajes son iniciáticos. Algunos más, otros menos. Pero un viaje a la India como el que estoy a punto de emprender supera el concepto de "iniciático". A continuación, ofrezco algunas reflexiones sobre este país, ese pueblo, ese espíritu, esa gente. Antes de partir...

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En la India el tiempo no tiene tanta importancia como para Occidente. Es una cosa más, como la comida, como un lago, como un anciano, como la historia. Está por debajo de las divinidades. Los hindúes no tienen, como los griegos, un dios del tiempo. De sus innumerables dioses, ninguno se dedica a regularlo. En Occidente somos unos esclavos del tiempo. Es lo que nos hace sufrir, nos ahorca y nos atrapa. En vez de disfrutar el instante exacto en que lees esto, tú lector, estás pensando en la manera en que te atormenta el paso del tiempo. Para Occidente, el tiempo todo lo destruye. Para ellos, el tiempo simplemente pasa. Por algo los hindúes no llevan relojes en sus muñecas. Por algo se trata de la civilización más antigua, y la más perdurable -a pesar de sus eternas dificultades-. Por algo los hindúes usan la misma palabra para decir ayer y mañana: bak. Por algo cualquier occidental que va a la India deja de ser el mismo cuando vuelve.

La idea de la reencarnación también es una manera de no ser esclavo del tiempo. Nosotros los occidentales, seamos ateos, sectarios o fervientes cristianos, tenemos la concepción de que ésta vida es la única vida, de que cada minuto que pasa es una gota de agua que pierde el océano, cada acción no realizada es una hoja que cae, cada cuenta pendiente es un instante eterno en el que todo se pierde y nada se transforma. El tiempo se torna así en un látigo con espinas que, segundo a segundo, nos flagela la espalda, arrancándonos jirones de piel y borbotones de sangre. Si sólo tenemos esta vida, somos simples náufragos cuya única propiedad es la balsa con la que navegamos a la deriva. En cambio, si contamos con otras vidas somos esos mismos náufragos, pero habitantes de una isla desierta que nos pertenece y a la que pertenecemos: el aire, el agua, los animales y las plantas de esa isla son nuestros, así como ese mismo aire, esa misma agua y esos mismos animales y plantas son dueños de nosotros, en recíproca comunidad.

En realidad, somos beneficiarios de una vida que se nos presta y que devolvemos a nuestra muerte.


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Hay lugares sustantivo, lugares verbo y lugares adjetivo. Es así. Podría definir a El Cairo con un listado interminable de verbos. O a Siberia con cientos y cientos de sustantivos. Aunque la India esté llena de bellezas, de objetos, de templos y de religiones, para expresar su esencia no puedo hacerlo con sustantivos. Aunque hay muchísimas cosas por y para hacer, aunque las distancias sean descomunales, aunque la gente sobreviva como puede, no puedo definirlo con un verbo. Sin embargo, cualquiera de los adjetivos que se me ocurren, cualquiera que me vienen a la mente ahora de manera automática, pueden encajar perfectamente con la India: fantástico, descomunal, abismal, hermoso, eterno, horrible, amoroso, bello... Cualquiera menos uno: indiferente.