martes, mayo 22, 2007

Intenciones

Un amanecer opaco como el de hoy no suele sorprenderlo todos los días.
Las pinceladas del pintor intentan darle un toque más lúgubre de lo que tiene.
En sus ojos se puede leer un deseo interno de desgarrar esa imagen en millones de pedazos y traducir esos sentimientos apócrifos en colores fríos que lleguen a traspasar la tela.
Moja el pincel fino número 4 en el color azul cielo.
Una gota no resiste a los pelos embebidos y cae en la alfombra, dibujando una figura de forma extraña.
El artista protesta, pero de todos modos traza en el lienzo un camino llamativo entre esas olas y esas gaviotas.
Una pincelada, salpicaduras color cian, otra pincelada, exclamaciones interiores, el caballete que se mueve, un viento que entra por alguna rendija, una mezcla de color no adecuada, líneas que se confunden con planos, un sol a punto de morir ahorcado por rojos oscuros, más pinceladas, otras salpicaduras, esta vez de color marrón, y una sirena que mira al pintor mientras recita algún soneto sentada en una roca.
El pintor le devuelve la mirada, indiferente. La sirena entrecierra los ojos y adivina que su autor le está ocultando algo: va a matarla.
El pincel ahora está empapado de amarillos, su intención es imprimirse en unos resplandores vespertinos. La sirena mira hacia arriba, sabe que no puede moverse, sabe que su fin es inminente.
“No me mates” implora al pintor con el pensamiento.
“No, no lo haré. Hoy no”. Y agotado, abandona el pincel, su taller y se retira a respirar un poco de aire fresco.
Armado solamente con su pincel y sus colores fríos, quizás mañana el artista adquiera por fin la valentía necesaria para asesinar de una vez por todas a esa sirena y a todas las sirenas del mundo.

lunes, mayo 21, 2007

Palabras...


Las palabras son hormigas que invaden nuestro cerebro, lo cosquillean, lo flagelan y lo estimulan hasta que, si no le damos la importancia necesaria, mueren. Son muy pocas las palabras que sobreviven a nosotros. No, en realidad somos nosotros quienes no sobrevivimos a ellas, puesto que acaban migrando hacia otros cerebros. Las palabras transmutan hacia otros horizontes, mientras nosotros seguimos estancados en nuestro pobre vocabulario hasta que nos marchitamos, mudos, como un libro en blanco, sin siquiera un alfabeto que nos permita escribir y describir nuestra pena.

martes, mayo 15, 2007

Tres maneras de sangrar


1
“Ignoro lo que son las cosas, ignoro todo estado humano, nada del mundo gira para mí o en mí. Sufro espantosamente la vida. No existe un estado que yo pueda alcanzar. Y con mucha seguridad estoy muerto desde hace mucho tiempo, ya estoy suicidado.”
Antonín Artaud, de El arte y la muerte

2
“La mala fe es una especie de autoengaño (basado principalmente de racionalizaciones), por el cual el sujeto pretende tranquilizarse.”
Jean Paul Sartre

3
“El encuentro de un círculo y la punta de un triángulo no causa menos efecto que el roce del dedo divino con el de Adán en la obra de Miguel Ángel.”
Wassily Kandinsky

miércoles, mayo 09, 2007

THE END


Y llegó el día en que el sol se apagó. Al principio nadie se dio cuenta y todo el mundo siguió su vida como si nada. A los pocos días los especialistas advirtieron que algo raro pasaba y, como de costumbre, los diarios se hicieron eco de los rumores y publicaron “algo raro pasa”. Las primeras plantas, las más débiles, murieron sin dudarlo. Las más resistentes aguantaron lo que pudieron. Algunos árboles dirigieron sus ramas hacia los faroles o cualquier otra fuente de luz con una velocidad conmovedora, pero fue en vano. Los perros de la ciudad empezaron a escapar en masa y los que no podían ladraban y ladraban hasta morir. Millones de moscas, mosquitos, libélulas y toda pequeña criatura voladora caía muerta de manera fulminante. Salían a la superficie, pero sospechaban lo peor y se entregaban a su destino. Las calles y parques de todas las ciudades del mundo eran una alfombra de insectos muertos. Mientras tanto, las personas tuvieron reacciones dispares. Algunos no le dieron demasiada importancia al asunto y siguieron con su vida de todos los días, mirando los programas nocturnos de televisión –ahora todos los programas eran nocturnos–, yendo al gimnasio, lavando los platos, fornicando, jugando al fútbol… Los otros rezaban, leían a Kant, buscaban explicaciones científicas, consultaban el Torá o la carta astral. Pero nadie pudo aguantar tanto escepticismo y, como era de esperarse, en esos momentos miles de pseudoprofetas empezaron a aflorar como setas. Hordas de desesperados seguían a los salvadores, todos vestidos con túnicas de chirriantes colores, rogando por el regreso de algún amanecer, por el surgimiento de un nuevo astro rey, por la búsqueda de otra fuente de energía, o por la salvación de una muerte que se merecían. Rezaban y rezaban creyendo salvarse, mientras que en sus conciencias un terror imposible de extirpar les devoraba el alma con dientes oxidados.

Y una noche, semanas después del último amanecer, Gregorio salió a su balcón suburbano, cual Nerón viendo Roma quemarse. Y sonrió.