miércoles, octubre 12, 2005


El cerrajero de nuestras conciencias: cada palabra es una llave que abre mundos imposibles. Posted by Picasa

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos ajenos a nosotros mismos. A nuestra inconciencia, a nuestra vida cotidiana. Pensamos que lo controlamos todo, que el microondas se detendrá justo a los tres minutos, como le hemos ordenado. Leemos nuestro libro favorito hasta cuando nosotros mismos lo creemos conveniente. Comemos lo que queremos y follamos cuando podemos. Sentimos que somos artífices de esta era vacía en la que el único valor es disfrutar de nuestra vida occidental de la manera más libre. Ignoramos las vallas publicitarias porque esta invasividad nos contamina. Y aquí estamos, ajenos a todo. Ajenos a nuestros hijos, a nuestros proyectos y a toda una serie de cosas que nos estamos perdiendo y que ni siquiera nos molestamos en descubrir. Yo mismo me siento un ajeno que le escribe a una máquina automática y que no sabe si esto será leído por una persona tan ajena como yo.

Franco Chiaravalloti dijo...

Les presento un cuento que es una metáfora un poco esquizofrénica.

Pisarse los talones uno mismo.


"Llega un momento en que aspiramos a escribir algo peor."
Oliverio Girondo



Las casualidades son esos momentos álgidos donde la ficción y la realidad se mezclan para hacernos creer que vivimos en un mundo guionado… qué imbéciles. Si los cuervos revolotean sobre nuestros cueros cabelludos, cómo vamos a imaginar que de vez en cuando esos precisos momentos fueron hechos para confundirnos. Ahora se inventan artilugios similares a chupetes para que creamos que formamos parte de un todo unidireccional y perfectamente funcional. Creemos que de vez en cuando podemos ser artífices de nuestra propia voluntad. Nos damos cuenta que es más importante mirar unos ojos marrones que lloran vinagre, que ver ese ojo vidrioso que te cuenta cómo acribillan ositos de peluche en Cochinchina. ¿Donde mierda dejé el mando?


El hombre sale de su casa con prisas, baja las escaleras con prisas, entra en el metro con prisas, le mira con prisas las tetas a la rubia que lee el diario gratuito. Con prisa piensa que ayer no le dijo a su chica las cosas que debía. El metro llega a su destino con 8 segundos de adelanto. El amistoso codo del gordo que lo mira amenazante no tiene tantas prisas. Lee la novela que suele apurado como suele. Canta para sus adentros la misma apresurada canción, para olvidarse de la tarde de frenesí que le aguarda. Llora un aria de la mano de la manivela que abre la puerta del metro. Sube y baja escaleras como viudas esperando su turno. Llega con prisa, se sienta con prisa, enciende con prisa, piensaconprisaysienteconprisaysimulaconprisas
yseescondeconprisas. Todo detrás de unos cuantos apaños simulados. Menos mal que se inventó el analgésico y el café doble.


Su nombre, dice, es Tomás. Se siente solo en una ciudad acompañada. Quién lo entiende. Enciende una especie de cigarro y mira el skyline de la ciudad por las rodillas. Cree que ese puede ser el momento de inspiración mágica y sublime. Coge el bolígrafo por miedo a que nada pase. Y con su cuasi implacable pluma echa instantáneas que nadie creerá. Pobre. Pero es la única manera de que Tomás se sienta una persona que puede viajar sin problemas por las vías de trocha angosta que nos deja pasar el peaje de la muerte. Por eso, litros de tinta fueron gastados para que Tomás grite al mundo que él es esa clase de tipos que no quiere solucionar el mundo, tan sólo traducirlo en rimitas que no digan nada y todo… Es la única forma de pensar hacia atrás, haciendo rewind y fast forward cada vez que respira, cada vez que la palma derecha de su padre se deposita en su inocente pómulo preescolar o cachete de culo antemeridiano. Una semblanza de su vida podría ser: “Me llamo Tomás, ahora creo tener 32 años (sin embargo ayer festejé sólo mis 23) y me gusta tomar vinos caros con lo que me queda de sueldo y de vida. Tengo un padre que hace días o años que no veo, que solía tener manos grandes de caricias, y que ahora se debe estar refugiando en una pensión para Padres Que Gozan De Su Respetable Ración de Cosas Que Flotan. Mi madre tiene cara de signo de pregunta que admira y a la vez le pone puntos suspensivos a la sopa de siempre. Tengo un hermano que fue a la guerra pero no sé a cuál. Un primo que un día me dio un consejo que seguí y ahora le vengo a traer flores. Un perro que ladra cuando llegan los días que hoy sí. Vivo una vida normal en un mundo normal con amigos normales y un camino hacia el trabajo normal. Si a esto que pisé lo llaman normal. Pero, sin embargo, todavía no he aprendido a decir tu apellido sin escupir, ni recitar los cuatro primeros versos de Trilse sin incurrir en error. No me entiendo. No me encuentro. No me busco. Llevo esta vida así de esta manera, buscando coños donde refugiar mi miedo algo edípico, refugiando mi seguridad en claustros donde entra la luz del sol. Así paso mis tardes, y ahora por favor ¿podría dejarme terminar de redactar los últimos días de Charles Baudelaire?”.


Contar sólo una parte de la realidad. Aquella que sirva para dar pequeños retazos de su vida y guardarse lo que pueda perjudicarlo. Decir, cuando le preguntan algo, “es una larga historia” y quedarse ahí. Con la absurda intención de terminar siendo una especie de personaje misterioso y fascinante que lleva una vida aventurera todos los putos días, una vida de película donde le suceden cosas escritas por John Grisham. Tergiversar las cosas. Echarse flores por los cuatro costados de sus intenciones: aurícula izquierda, aurícula derecha, ventrículo izquierdo y ventrículo derecho. De tantos cambios de guión, ahora Tomás termina viviendo una vida de humo, donde el límite entre lo que es verdad y lo que no lo es se termina confundiendo como la leche en el cortado.


Complicarse la vida es lo que a él más le gusta. Es a lo que vino. Dejar un pasado de cosas, una estela de gente que sigue preguntando por él para terminar estando aquí, en una habitación de tanto por tanto. Y como un ilusionado espectador de circo sigue esperando el desenlace final de lo que vino a buscar. Sí supiera qué es realmente eso que vino a buscar…


-Buenas tardes, señorita. Vengo por la entrevista.
-Disculpe, pero el Sr. Romero se ausentará un breve tiempo dado que tuvo que efectuar un urgente viaje a Papúa Nueva Guinea. ¿Sería demasiada molestia si vuelve dentro de cuatro meses? Ah, y señorita las pelotas.


¿Qué significa buscarse la vida? ¿Buscarse el ombligo? Eso mismo se preguntó Tomás el día que decidió entablar una conversación con una no tan hambrienta este-europea, detrás de un ortográfico cartel de calle, de sus rodillas gastadas y su mirada hacia ese árbol y ese perro. “Hola, te invito a tomar un café con leche y un cruasán”. “…”. “¿No quieres un café con leche y un cruasán?”. “…”. “Si es que tienes amvre, te invito a que se te quite con un café con leche y un cruasán”. “…Déjame en paz, hijo de puta, quién te ha enviado. O me dejas tu maldita moneda o te largas ahora…”.


Como dijo Sabato, vivir consiste en construir futuros recuerdos. Pasar de un estado de gracia a un estado de ausencia en cuestión de segundos es tan fácil como derribarte de un estornudo con mucho moco ese castillo de naipes que has estado levantando durante años.


“Somos concientes de lo que somos, pero no de que tenemos un destino”. (¿?) Algunos piensan que han venido a este mundo a cumplir una misión, y empeñan toda su vida en buscar el momento exacto donde desplegar sus cualidades para cumplir con la palabra escrita. Otros piensan que la existencia es un mero escalón para la que viene, o sea que esto que viven ahora es una verdadera mierda, todo es banal y nada merece realmente la pena más que anhelar esa vida trascendental. Hay otros que sostienen que el sentido de la vida es hacer el mayor esfuerzo posible para no superar nunca la etapa oral, y atravesar la espinosa vida succionando placenteras tetas que segregan bilis. Otros piensan que la vida solo sirve para comprar revistitas y amar salir en ellas y escupir hacia arriba e insultar hacia abajo. Y otros, como Tomás, han decidido no pensar. Para qué. Eso es signo de debilidad humana. Estar constantemente cuestionándose el presente por miedo a un futuro que no existe. Hoy hago esto porque tengo ganas, mañana ni siquiera tendré tiempo de arrepentirme porque estaré haciendo otra cosa, quizás peor, quizás mejor. Pero él no se siente un sublevado, simplemente está haciendo el esfuerzo de que el mundo exterior –cada vez más– le deje de importar. ¿Qué hay de malo en todo esto?


Es demasiado tarde en esta noche brutal. El viento golpea la ventana que no cierra bien y seguramente hoy tampoco le dejará dormir. A algo hay que echarle la culpa. Hoy Tomás ya ha perdido las ganas de hilvanar. Esta noche en la nevera tampoco hay nada interesante, sólo un pedazo de queso ancestral. Le encantaría llorar esta noche, pero cuando deja algo inconcluso, como este escrito, siente un ligero pero molesto remordimiento que inhibe su estado de conciencia. Mejor así, porque sino los cuestionamientos vendrían en paquetes de cigarro y en hojas de olivo. Qué dolor de ojos, piensa, será mejor irse a dormir con la ventana un poco abierta.

Unknown dijo...

Muy significativo es ,maestro,que haya plasmado éste relato precisamente aquí ;en el espacio para comentarios;y por tal aparece con nitidez como un efervescente arrebato literario;además de contener reflexiones de eternidad,y la eterna interrogante,para la cual ninguno hemos dado la respuesta concluyente,y la cual precisamente cuestiona:¿Cual es el motivo en sí de la existencia?;y si alguien me conmináse a aventurar una respuesta,pudiera dar cuenta de que quizás no exista tal respuesta única y concluyente,sino una respuesta plural y abierta,en la cual todas las versiones tienen validez,cuando surgen auténticas de la última verdad de cada quien.