miércoles, febrero 20, 2008

Poetas, poesía, universo

"Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía."
OCTAVIO PAZ

"Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía."
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

"La poesía no quiere adeptos, quiere amantes."
FEDERICO GARCÍA LORCA

"Los poetas no comienzan a vivir hasta que mueren."
UGO FOSCOLO

"El poeta que estuviera satisfecho del mundo en el que vive, no sería poeta."
GIOVANNI PAPINI

"Un poema nunca está acabado, solamente abandonado."
PAUL VALÉRY

Condena (fragmento)





–Que pase el acusado.

Leopoldo Becerra entró en el estrado con las manos esposadas tras su espalda y la cabeza gacha. Un murmullo cortó la escena en dos, como una afilada navaja. Fue ubicado en la tarima a la vista de todos cuando, en ese momento, el juez volvió a hablar.
–Han pasado varias semanas desde el comienzo de este juicio. Ya sé que éste no es el método adecuado, pero a la vista de que sus crímenes han sido tan espantosos e inhumanos, esta corte dio su aprobación para adelantar el proceso y formular el veredicto ahora mismo: el jurado lo encuentra culpable de utilización indebida de palabras, de asesinatos gramaticales, de aberrante flagelación narrativa. Por todo esto, señor Becerra, este magistrado lo sentencia a reclusión de por vida y prohibición perpetua de cualquier tipo de manifestación literaria. Caso cerrado.

Leopoldo sintió retumbar en su cerebro, y durante varias semanas, el golpeteo del martillo que determinaría a la postre el resto de sus días. Agachó aún más la cabeza y se tragó un llanto que necesitaría expulsar de cualquier manera. Pero fue valiente. El jurado se retiró satisfecho por el deber cumplido, y los asistentes comenzaron a delinear las más variopintas opiniones. Un policía gordo y hediondo se acercó al escritor y le puso una mano en el hombro para llevárselo. “Se hizo justicia, criminal”, diría tajante.

Leopoldo Becerra fue confinado de inmediato en una casa de las afueras de la ciudad, bajo vigilancia permanente. Viviría su aislamiento en ese sitio, en el destierro, lejos del alcance de cualquier instrumento con el que pudiera forjar para la posteridad su ansia creativa. Nunca se preguntó porqué lo enviaron allí, a una casa convencional –en la que la luz del sol lo invadía todo y en verano la brisa se colaba por las grietas de la puerta– y no fue trasladado a una húmeda y oscura celda. A toda hora un oficial lo controlaba, uno de esos guardias novatos que creen ser los dueños del mundo sólo por tener un arma que les cuelga de la cintura. Era demasiado joven para trabajar de eso; unas tímidas huellas de acné delataban su candidez. Esa vigilancia sería la mejor manera para que Leopoldo cumpliera su condena a rajatabla, hasta el final. La comida le era entregada sin ningún tipo de envoltorio de papel. Bajo ningún concepto se le permitía recibir instrumentos de escritura, ya sean lápices, bolígrafos o plumas. Tampoco se le facilitaban elementos punzantes con los que pudiera tallar en la pared algún tipo de historia o poema. Por las noches se interrumpía el servicio de luz, y solían ponerle música apacible para que conciliara el sueño con más facilidad. Así tendría menos tiempo para pensar.

miércoles, febrero 06, 2008

Onírico Domingo, 17 de febrero de 2008



Gregorio Jebluss, en nombre de su enemigo Chiaravalloti, organiza esta tertulia literaria, entre relatos e imágenes distantes y poco familiares. El domingo 17 de febrero a las 19 horas, en el bar Vinilo, calle Matilde 2, Gracia, Barcelona.

lunes, febrero 04, 2008

Bocas de cráter

A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas.

Marcel Proust

Tener fe significa no querer saber la verdad.

Friedrich Nietzsche

domingo, febrero 03, 2008

Sumergirse

Las briznas no duermen en esta noche líquida.
Cortezas que desgarran deseos,
ríos que sudan desde dentro,
hierba segregando savia espesa y burbujeante.
Y yo soy ese que oscila en una cuerda de cristal,
funambulista ciego dispuesto a atravesar esta dimensión salada,
esta línea filosa.
Soy un navegante eterno y sin brújula
que sólo lleva consigo esta carne que late.

La agonía de Gregorio Jebluss


Hoy me levanté con la sensación de que mi final está próximo. Mejor dicho, mi transmutación, mi transpolación, mi traslado o cualquier otra palabra que comience de esa misma manera. Últimamente se presentan ante mí montones de indicios que indican que está llegando el capítulo final de esta andadura. Siento que recorro los mismos caminos, y esa insistencia no hace más que formar surcos en el suelo: una señal de que hay que cambiar el carril. Como las crisálidas, poco a poco voy despellejándome para ver una nueva apariencia, quitarme de encima la sustancia viscosa que me ha protegido en este desarrollo y desplegar mis flamantes alas. Por fin.

Gregorio Jebluss, el escritor que no existe (o, mejor dicho, que aún no existe), tiene la sensación de que la tinta de su pluma está por acabarse.

¿Quien quiere mi muerte?

Hace unos días encontré un sobre en el buzón de la casa donde vivo con esta carta anónima. Más que una carta, es una especie de diagnóstico o estudio sobre (creo) mí mismo. Sobre mi pasado, mi presente, mi futuro, sobre aspectos personales que ni siquiera sé si son ciertos. No sé si quemar esta maldita carta.


"Gregorio Aurelio Jebluss, 33 años.
Nacido en Ginebra el 14 de abril de 1967.


Aunque aparentemente parece una persona corriente, por no decir “normal” (¿qué es en definitiva una persona “normal?) Gregorio tiene ciertas paranoias que le motivan a tener actitudes raras, diferentes, sospechosas. Cree que alguien lo vigila todo el tiempo, que esa vigilancia está omnipresente y que está dominado por alguien superior, que no es exactamente un dios, porque él es ateo acérrimo. Cree que hay alguien que dirige su vida, como una especie de creador poderoso que lo maneja a través de un joystick eterno. Todas las cosas que hace, que deja de hacer, que piensa y que deja de pensar, todo está condicionado por esta paranoia. Esta paranoia lo persigue desde su temprana infancia. Al principio no era más que una inquietud. Cuando jugaba al fútbol con sus amigos, pateaba y la pelota se iba lejos, muy lejos de la portería y él había puesto todo su empeño en practicar durante la semana para patear y marcar el gol, habiéndose concentrado antes de patear en pegarle en el centro de la pelota con el empeine, dándole la fuerza que él consideraba necesaria, pero la pelota se iba por lo alto, en ese momento Gregorio pensaba que ese ser que lo manejaba desde una dimensión paralela tenía ganas de hacerle una broma de mal gusto. “Quizás se levantó gracioso hoy”, pensaba. Pero al principio no fue más que una inquietud. Pasaron los años esa inquietud devino en pseudo locura. Había decidido no contárselo a nadie, pero era imposible que la gente que frecuentara no se diera cuenta. En su casa su madre se daba cuenta que, a cada rato, Gregorio se giraba imprevistamente apuntando hacia el aire con su dedo índice para ver si lo vería o, a lo sumo, se anticiparía a alguna de sus ocurrencias. Su deseo era utilizar esa frase que tantas veces ensayó y que tenía preparada desde hacía años “¡Te he pillado, cabrón!”. Sus amigos no entendían por qué caminaba tan lento por la calle, por culpa de él siempre llegaban tarde a todas partes (según él, el andar despacio era una estrategia para que las decisiones de ese ser superior y poderoso fueran más previsibles, y de esa manera, poder evitarlas).
Sus parejas lo abandonaban enseguida cuando él, en pleno acto sexual, gritaba mirando al techo cada diez minutos cosas como “Aquí no te metas, desgraciado”, “no me das ni un minuto de intimidad”, o “¡Qué! Te doy envidia, eh!”. Así consultó ejércitos de psicólogos, psiquiatras, religiosos, monjes budistas, gurús… pero nadie pudo resolver su problema existencial. Fue entonces que, una tarde de febrero, pensó que había encontrado la solución. La única manera de sortear las decisiones de ese personaje eterno que condicionaba su vida era apartándose de la sociedad, alejarse de todo y de todos, y crear de esa manera un mundo propio, con sus propias leyes, horarios, tiempos y normas. Un mundo en el que él era gobernante y gobernado, rey y súbdito, hombre y objeto. Por eso un día, sin reflexionarlo mucho, abandonó todas sus cosas, su carrera, su familia y se fue a vivir a una casa en medio de la montaña. Él sólo. Sin objetos. Sin electricidad. Sólo el techo y las paredes. De esa manera, pensaba, el individuo aquel no tendría oportunidades para condicionar su vida, porque no tendría ni objetos ni personas cercanas de qué valerse para hacerlo. En esa casa de montaña sufría terrible frío en invierno y sofocante calor en verano, pero no le importaba, estaba feliz eludiendo las decisiones del personaje omnisciente. Bajo ese techo pelado sólo había una silla, el único objeto que se permitió tener, solamente para sentarse por la tarde a pensar. El resto del día se dedicaba a recoger hierbas silvestres que le servirían de comida y por la noche a dormir. Estaba satisfecho con su nueva vida. Pasaron así meses, meses que se acomodaron uno detrás del otro para convertirse en años. Y en lustros. Y en décadas. En todo ese tiempo, Gregorio jamás volvió a ver a nadie, ni a ser propietario de ningún objeto, salvo esa vieja silla. Una lluviosa noche, cuando estaba dedicándose a pensar sentado en su único mueble, viejo y moribundo, a Gregorio le vino una idea fugaz, como un relámpago. Pensó si esa decisión de apartarse del mundo, tomada hace ya cuarenta años, no habría sido también digitada por ese individuo superior, que lo había encerrado en un guión eterno durante los primeros 33 años de su vida. Y quizás no estaba allí por su propia decisión. Quizás ese guión que le hizo desviar la pelota hacía ya sesenta años todavía estaba siendo escrito...

Pero finalmente no tuvo tiempo de sacar ninguna conclusión al respecto. Gregorio se iba a quedar siempre con esa duda: la muerte llegó en el momento adecuado..."