sábado, marzo 31, 2007

Nada, todo...



La vida es tan fácil... ¿por qué nos empeñamos en complicarla? Todas las cosas que me rodean me abandonan, por el simple hecho de que yo propicio los momentos de abandono. Todos los seres a los que conozco siempre les ocurre que, de repente, desaparecen tan misteriosamente como habían venido. La gente viene y se va, sin avisar. Todos aparecen en mi vida como actores secundarios cuyo papel es guiarme a través de este guión hasta un destino que aún no conozco, y que seguramente jamás conoceré. Sólo es cuestión de girarse y el mundo a nuestras espaldas se desvanece. Nunca tendré la certeza de saber si la voz que está del otro lado del teléfono es alguien que existe o no. Tampoco jamás sabré quién es ese actor que está del otro lado del espejo. Hoy todo lo que me rodea es salado. Todo, salvo mis lágrimas.

jueves, marzo 29, 2007

Todo, nada...


Tantos arco iris para ver y tantos ciegos.
Tantas flores para sentir y tan poco olfato.
Tantos mares navegables y ninguna barca.
Tanta carne latiendo y tan poca sangre disponible.

jueves, marzo 22, 2007

Días espuma


(…) La espuma de las olas que, con una constancia admirable, se inmiscuye entre los ínfimos granos de arena hasta alcanzar la eternidad absoluta, en el momento de la evaporación… Día tras día. Año tras año. Vida tras vida. ¿Alguien se emociona hoy con estas banalidades? ¿Alguien llora por el agua del mar? ¿No hay nadie que admire a los granos de arena?

domingo, marzo 18, 2007

De magias y horizontes



Abel soñaba a menudo con alfombras mágicas. Cuando era niño y estaba a punto de dormirse –y, quizás, para aplacar esta pequeña angustia que todos solemos sentir frente a la oscuridad de la noche onírica– Abel imaginaba que sobrevolaba la ciudad en su alfombra con motivos persas, como ésa que veía en la tienda de la esquina. Pasaba por encima de los barrios más peligrosos de la ciudad con una orgullosa valentía, era de noche, hacía frío, pero él estaba seguro allí arriba, mirando con altivez los objetos y personas que se movían como hormigas. Abel creció y se acostumbró a utilizar esa imagen inocente todas las noches para conciliar el sueño y desatormentarse un poco de sus pensamientos de persona despierta. Pero ésa no fue la única alfombra mágica de su vida. Cuando conoció a Glenda, Abel se subía encima de ella para volar e ilusionarse con alcanzar una Atlántida perdida, encontrarse con millones de arco iris que seguramente le pertenecían. También, en esos momentos en que la soledad lo invadía todo, cerraba bien fuerte los ojos y se relajaba en el sitio en el que se encontrara –una oficina, un sofá, una playa, una montaña–y volvía a sus recurrentes sueños infantiles para encontrar la tierra prometida a bordo de esa tela bordada en algún enigmático reino de cuento. La alfombra adoptaba diferentes formas. De madre, de billete, de objeto banal, de alarido, de gota. Pero, al igual que todas las cosas mágicas, la alfombra puede desaparecer cuando uno menos se lo espera. Abel cayó varias veces desde alturas descomunales a la superficie, muriendo y reincorporándose una y otra vez, para volver a encontrar nuevas alfombras mágicas que lo lleven, por fin, a esa tierra inconquistable que seguramente existe en algún punto lejano del horizonte.

viernes, marzo 09, 2007

La cita de la semana

«He escrito demasiado porque he vivido demasiado tiempo y demasiado intensamente»

Francisco Ayala