
Érase una chica llena de vida. A los 30 años decide alejarse para siempre de la sociedad y recluirse apartada en una pradera. Hasta el día su muerte, veintiséis años después, fue una ermitaña a conciencia. En todo ese tiempo se dedicó a crear una de las poesías más profundas e innovadoras de la época contemporánea. Se llamaba Emily Dickinson.
“Naturaleza no es lo que vemos, la montaña, el poniente, la ardilla, el eclipse, el abejorro, no, naturaleza es el cielo, naturaleza es lo que oímos, el bobolink, el mar, el trueno, el grillo, no, naturaleza es la armonía, naturaleza es lo que sabemos, no tenemos arte para decirlo, tan impotente es nuestra sabiduría para tanta simplicidad.”
“Morir sin morir y vivir sin la vida, es el más arduo milagro propuesto por la fe.”
“Podría estar más sola sin mi soledad,
tan habituada estoy a mi destino,
tal vez la otra paz,
podría interrumpir la oscuridad
y llenar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo en su medida
para contener el sacramento de él,
no estoy habituada a la esperanza,
podría entrometerse en su dulce ostentación,
violar el lugar ordenado para el sufrimiento,
sería más fácil fallecer con la tierra a la vista,
que conquistar mi azul península,
perecer de deleite.”