miércoles, mayo 09, 2007

THE END


Y llegó el día en que el sol se apagó. Al principio nadie se dio cuenta y todo el mundo siguió su vida como si nada. A los pocos días los especialistas advirtieron que algo raro pasaba y, como de costumbre, los diarios se hicieron eco de los rumores y publicaron “algo raro pasa”. Las primeras plantas, las más débiles, murieron sin dudarlo. Las más resistentes aguantaron lo que pudieron. Algunos árboles dirigieron sus ramas hacia los faroles o cualquier otra fuente de luz con una velocidad conmovedora, pero fue en vano. Los perros de la ciudad empezaron a escapar en masa y los que no podían ladraban y ladraban hasta morir. Millones de moscas, mosquitos, libélulas y toda pequeña criatura voladora caía muerta de manera fulminante. Salían a la superficie, pero sospechaban lo peor y se entregaban a su destino. Las calles y parques de todas las ciudades del mundo eran una alfombra de insectos muertos. Mientras tanto, las personas tuvieron reacciones dispares. Algunos no le dieron demasiada importancia al asunto y siguieron con su vida de todos los días, mirando los programas nocturnos de televisión –ahora todos los programas eran nocturnos–, yendo al gimnasio, lavando los platos, fornicando, jugando al fútbol… Los otros rezaban, leían a Kant, buscaban explicaciones científicas, consultaban el Torá o la carta astral. Pero nadie pudo aguantar tanto escepticismo y, como era de esperarse, en esos momentos miles de pseudoprofetas empezaron a aflorar como setas. Hordas de desesperados seguían a los salvadores, todos vestidos con túnicas de chirriantes colores, rogando por el regreso de algún amanecer, por el surgimiento de un nuevo astro rey, por la búsqueda de otra fuente de energía, o por la salvación de una muerte que se merecían. Rezaban y rezaban creyendo salvarse, mientras que en sus conciencias un terror imposible de extirpar les devoraba el alma con dientes oxidados.

Y una noche, semanas después del último amanecer, Gregorio salió a su balcón suburbano, cual Nerón viendo Roma quemarse. Y sonrió.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"El autor de la tragedia mediante el temor y la compasión provoca una catarsis en el espectador que le purifica y le proporciona el gozo y alegría, propio del arte trágico"

Poética
Aristóteles

Raquel
P.D. Me encanta poder disfrutar otra vez del más puro estilo Jebluss

Anónimo dijo...

Enigmática la sonrisa final de Jebluss.

Como la de Beatriz en el Empíreo, antes de darle la espalda a Dante para siempre.

Y volverse hacia la luz.