miércoles, julio 04, 2007

Moebius

En el camino, Aurelio Iñíguez se topó con cosas inesperadas, con personajes de todo tipo y calaña: individuos singulares y otros que ni siquiera dejaron mella en su semblante cansado. La espera de la vejez: la más tortuosa de las soledades. Ya ni siquiera peina canas. Recuerda con nostalgia la vida que nunca se decidió a vivir; su tren ya pasó hace rato y no va a darle una segunda oportunidad. La vida es cruel, tanto si vences como si fracasas. El hombre se dio cuenta de que, a pesar de estar rodeado de tantos deseos cumplidos, se encuentra aún más aislado. Solo completamente, sólo se tiene a sí mismo. Encarcelado en esa piel, en esa casa y en esa ciudad, sólo se dedica, solo, a dedicar sus días a una afición muy particular: tachar calendarios. Años y años tachados con un rotulador negro. Ya no le quedan calendarios por tachar, los días han pasado todos. Hoy no ve más que soles pintados con la técnica del sfumato... Tengo la sensación de que esta vida es una excusa para hacernos creer que la vida, la real, es bonita. Si dejamos de creer eso moriremos sin más remedio. Indefectiblemente. Yo no soy el que escribe estas líneas. No sé quien lo hace por mí. Sólo intento contaminar a Dios.

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